Algo sobre la crisis chilena

Sería curioso y más que curioso, sintomático de nuestra vida americana, puntualizar lo que se ha ganado con el movimiento revolucionario de Julio. Alguien podría decir: la libertad completa de cada cual y para todos. ¿La libertad completa? Tal vez la libertad como simple condición personal de no vivir amenazados por la policía, porque, en cambio, ¿cuándo las clases modestas o populares vivieron más expoliadas por la miseria, por toda clase de necesidades, mientras la especulación encarecía los artículos de primera necesidad, a costa del hambre de todos? Registre el curioso las listas de los precios en los mercados, publicadas en los dos meses últimos por la prensa y se verá hasta donde el azúcar, el trigo, el aceite, el arroz, el té o el café han incrementado sus precios sin que medie una razón apreciable. Por la inversa, jamás el azúcar estuvo más barata en los países que la producen, hasta el punto que Cuba no alcanza a cubrir el precio de sus cosechas con la producción. Algo por el estilo ocurre con el trigo: mientras la Argentina podría dárnoslo a dieciocho pesos y los rusos lo ofrecen a doce, en Chile ha alcanzado hasta cuarenta pesos. ¿Por qué? Porque Chile ha mantenido siempre una especie de casta privilegiada en sus agricultores, que así como han impuesto el gravamen cordillerano para la carne argentina, que podría ser tan barata en el país, han malogrado también la posibilidad de ferrocarriles como el de Salta a Antofagasta, que representaría el abaratamiento de la vida en la ciudad más cara de Chile. El ganado que se envía a la pampa hace la riqueza de la agricultura del sur, mientras encarece de manera inverosímil un artículo de tan imperiosa necesidad para la vida del trabajador sufrido como es el que se ocupa en las faenas del salitre o del cobre. Los agricultores chilenos, que durante un siglo ganaron lo que quisieron; ahora se encuentran medio arruinados porque siempre gastaron cincuenta veces más de lo que producían, sabiendo que los espaldeaba la Caja de Crédito Hipotecario, institución de verdadero arraigo aristocrático, en la cual la mayoría de los préstamos exceden a las más altas valorizaciones de las propias tierras hipotecadas. ¿No decía, hace poco, un diario mañanero de Santiago, que cierto fundo cuyo valor no es superior a tres millones de pesos, tenía un préstamo hipotecario de cinco millones? Esto no es fantasía sino un sencillo capítulo de esa deliciosa danza de los millones, que ha sido la historia de estos últimos años de nuestra agricultura, que ha tenido el gobierno del país, hasta el advenimiento de Alessandri, que fue el primero en atreverse contra ella, legislando valientemente en defensa de las clases pobres. Ibáñez, a raíz de subir al Gobierno, quiso hacer algo más y hasta intentó tres o cuatro medidas harto audaces; pero se contuvo ante las puertas de la Caja Hipotecaria y ante las defensas de la Sociedad Nacional de Agricultura, institución que defiende los intereses de sus adeptos con un criterio de perfecta ignorancia o previsión de los tiempos que corren. Ella es la gran culpable del aislamiento del país, cuando, en todo momento Chile debió franquear su cordillera ante la Argentina, que se habría vaciado fácilmente al Pacífico. Valparaíso, puerto libre, ferrocarriles como el de Salta o el de las regiones madereras, significarían para Chile beneficios inmediatos: trigo y carne argentina a bajo precio y, por lo tanto, pan barato, pan al alcance de todo el mundo, no este pan de lujo, de pésima calidad y de menguado tamaño, que ahora se vende a un precio inigualado en ningún país del mundo. Pero, claro está, los agricultores de Chile son celosos de su riqueza y jamás soltarán su presa, mientras tengan influencia sobre el Gobierno, sobre los Bancos, sobre todos los elementos dirigentes del país. Ibáñez, que se atrevió con los especuladores de la Bolsa, tuvo miedo de los agricultores que, sin embargo, se habían vuelto contra él porque les impuso crecidas obligaciones sobre sus rentas y porque malogró los pujos feudales, de señores de horca y cuchillo, con que ventilaban todas las cosas relativas a sus intereses en sus feudos campesinos. De mal en peor la actual crisis chilena, llegará hasta la desesperación misma. Amenazado el cobre con un impuesto en Estados Unidos, con el cual se pretende contrarrestar la producción chilena, más barata, para darle trabajo a sus minas y evitar las consecuencias de la desocupación; condenado a muerte el salitre ante la producción sintética, no queda más esperanza que el trabajo modesto de nuestras tierras. La Guerra Europea creó la necesidad de los productos nitrogenados. Alemania, Italia, Inglaterra, Noruega, tienen sus plantas industriales. ¿Qué hizo Chile, para contrarrestar esa producción? Algo bien estúpido: entregarle toda la producción a los norteamericanos, para que hicieran de intermediarios en sus ventas, imponiendo precios, desplazando a los tradicionales vendedores del producto chileno que, desde hace más de medio siglo, lo ofrecían en los mercados europeos; enviando agentes yanquis, que imponían hasta los precios en dólares y que ignoraban las necesarias modalidades de los mercados europeos. Esos mismos comerciantes, que se entendían con los agricultores, con los vendedores pequeños, en cada país, se ofrecieron inmediatamente a los productores sintéticos y de ser los más eficaces propagandistas y expendedores de nuestro salitre, pasaron a ser, pronto, los peores enemigos. Los resultados que estamos probando en carne viva ahorran todo comentario. Entretanto ¿qué se ha hecho o qué se hará? En otro artículo lo veremos.

Juan VERDADES.